δx ∙ δpx ≥ 4 π
o
REENCUENTRO CON HEISENBERG
de
Oscar K.
PREFACIO
Dado que el presente libro en el sentido más literal de la palabra imposibilita un epílogo, le ruego disculpe la siguiente breve introducción.
Existen explicaciones que se excluyen mutuamente aunque ambas son necesarias para la comprensión total.
Tal como la independencia de la voluntad es una categoría empírica en nuestra vida psíquica, la causalidad se puede considerar una manera de percibir con la cual reducimos nuestra apreciación a orden. Al mismo tiempo, sin embargo, en ambos casos se trata de idealizaciones cuyas limitaciones naturales se prestan a ser indagadas y que guardan una dependencia mutua en el sentido de que la sensación del libre albedrío y el requerimiento de la causalidad forman elementos igualmente imprescindibles en la relación entre el sujeto y el objeto, la cual constituye el núcleo del problema del conocimiento. Es inevitable que el contenido mental cambie cuando la atención se concentra en uno de los rasgos que alberga.
El hecho de que la consciencia tal como nosotros la conocemos esté intrínsecamente ligada a la vida debería prepararnos a descubrir que la tarea en sí, discernir entre lo vivo y lo muerto, es imposible de comprehender en el sentido normal de la palabra. La lengua es a la vez un resultado del escrutinio y una herramienta para el mismo. De manera que no nos debe extrañar que no consigamos penetrar hasta la misma esencia de las cosas a través de la lengua.
Este libro es un experimento que narra lo que han hecho y lo que han aprendido las personas, una indagación en las relaciones entre causa y efecto que, en el mejor de los casos, presenta una limitación lingüística de lo que se puede decir. No se limitará, sin embargo, a no expresar nada porque, a pesar de todo, permanecen muchas cosas que sí se pueden señalar.
Quizás sea perdonable que un físico toque este tipo de cuestiones por la razón de que la nueva situación para la física, con la mecánica cuántica y la relatividad, así como para la vida en general, nos recuerda tan claramente que en el gran drama de la existencia nosotros somos tanto espectadores como actores.
Copenhague, 28 de mayo
Niels Bohr



PRIMERA PARTE

“Nemo ante mortem beatus est. Nadie es feliz hasta que muera.”
Solón




UNA ISLA EN EL MAR
Alrededor del universo en expansión todo está límpido y sin sonidos. Inmaculado de tiempo y espacio. Ni esto ni aquello. Nada. Todo uno. Pero muy abajo, atravesando neblinas de gas, cuásares y galaxias, planetas, soles, lunes y satélites, aparece el mar como un puntito. Y en el mar, una isla.

A unos metros del borde del mar un tosco andamiaje de madera hace de apoyo a un bergantín de tres mástiles en grada. Ahí está, en la playa, amarrado con sogas del casco y los mástiles a un poste fuerte. Y en el cementerio llano que llega hasta el mar resplandece una estatua blanca de una joven mujer como las primeras flores que brotan a través de la nieve. A lo lejos, hacia el horizonte, un faro abandonado eleva su silueta y desde sótanos y áticos se proyectan fuertes destellos de luz hacia el cielo, como estrellas.

Un manto de nieve cubre el paisaje, las plantas y los animales. Cubre las casas con las personas que se dedican a tantas cosas raras. El mar se ha helado y las carreteras están casi impracticables. Dos faros de coche se desplazan lentamente hacia el sur pasando por los muros grisáceos y amarillentos del hospital de los dementes. Los partes meteorológicos más recientes anuncian temperaturas excepcionalmente bajas.
“A la altura del observatorio se ha suicidado un caballo”
“¿De veras?”
“Lo pone el periódico. Se metió hielo adentro hasta llegar al mar abierto y se lanzó al agua…”


Presença al suroeste de las Azores es una de las últimas islas del Océano Atlántico que se han descubierto. Mide 13 kilómetros de largo y hasta 7 de ancho y tiene una superficie total de 44 kilómetros cuadrados. A lo largo de la isla, en la parte este, se extiende una cordillera y hacia el oeste, una meseta a unos 1300 metros. Lo más notable es el valle que atraviesa la isla de este a oeste, desde Curaçao hasta la capital Ecbatana. La costa septentrional cae empinada e inaccesible hacia el mar con sus cascadas brotando de la roca.

La primera vez que nombran la isla es a principios del siglo XVII en el apartado sobre Homo volans en De machinae novae del dalmatino Vranciés. La encontramos reflejada trazada en un mapa de 1678 que venía con la moralidad The Pilgrim’s Progress from this World, To That which is to come del soldado e hijo de fontanero John Bunyan. La isla aparece como un estado psíquico.
“El capitán ha cenado, la puerta está atrancada y la pistola en el cajón bajo llave.”
“Será mejor partir entonces. Con el tiempo que hace.”
Los hallazgos de monedas fenicias en varias de las playas de piedras en el sur señalan que los cartagineses tuvieron contacto con Presença. De la misma forma, los descubrimientos hechos en tierra nos indican que los árabes y los vikingos conocieron la isla. Sin embargo no figura en los mapas catalanes y genoveses que surgieron de los viajes de descubrimientos a mediados del siglo XIV.
“¿Y mi brillo de labios? ¿Dónde se habrá metido? ¡Mi reino por un brillo de labios! ¡Oiga! ¡Oiga! ... ¿No hay nadie? ¿Es que se ha marchado todo el mundo?
Presença se formó encima de uno de los llamados hot spots, un área limitada en la que sube materia caliente de la parte inferior de la capa de la Tierra hacia la litosfera, provocando la erupción de un volcán. Dado que la posición de los hot spots parece fija en relación con el desplazamiento de la placa en la litosfera de la Tierra, el volcanismo se aleja al ritmo del de las placas y se podría decir que las islas son propulsadas o que viajan. La isla parece haberse estabilizado alrededor de 31˚ al oeste de Greenwich, 35˚ al norte del ecuador. Pero aparentemente Presença no es capaz de decidir en qué dirección quiere ir: ¿hacia el norte hasta las Hébridas?, ¿dirección este hasta África?, ¿hacia el oeste hasta América? o ¿rumbo al sur hasta la Antártica?
La estrangulación de la plataforma marina se produjo por un débil temblor como el que se puede experimentar en los terremotos y que infiltra Presença, lugar como es de recuerdo e historia inciertos, un espacio temporal sacudido. La isla tiene 11 husos horarios con pocos minutos de diferencia entre ellos. El tiempo se desmorona más y más de manera que cada cual tiene su propio huso y la isla está llena de centenares de relojes que, cada uno, marca su hora. Un paisaje aturdido en el que la lotería encubierta constituye, incompletamente, la mayor parte de la realidad.
“¿Y el secretario de estado?”
“¡Su marido está de viaje!”
“¿De viaje?”
En compañía del director de la Lotería Nacional y los señores de Báugur.”

El clima normalmente es suave. Subtropical. Una rama de la Corriente de Méjico aporta una temperatura equilibrada todo el año y los vientos alisios de noroeste proporcionan la lluvia. El clima suave y una fértil tierra de lava facilitan el cultivo de trigo, maíz, caña de azúcar, uva, tabaco, piña, plátanos y cítricos. La ganadería y la producción láctea se dan con frecuencia y con su pesca, aunque reducida, principalmente de atún, la isla se autoabastece.
Si prescindimos de un ferrocarril abandonado en la meseta occidental, construido por un ricachón excéntrico a principios del siglo pasado, las edificaciones importantes de la isla se limitan al centenario hospital de dementes, la fábrica de betún, que en 1936 inicialmente producía botones, el teatro nuevo de 1912, el Café Central y el venerable hotel Savoy, construido a mediados del siglo XIX.
“…ahora solo te tengo a ti, hijita, y a tu hermano. A vosotros no os quiero perder, Rósemarie…”
“Vamos, vamos , papá… ¿de qué vas? Me viene otro cliente dentro de nada y me gustaría ducharme antes…”
Hay varios hombres pudientes en Presença que tienen suerte en casi todo lo que hacen. Compran y venden capital ficticio y lotería que, además de los números de la suerte, también manejan los números fatales cuyos portadores deben pagar una multa hasta muy cuantiosa. Detrás del lucro no se ubica ninguna producción de valores, son simplemente décimos sin valor que circulan, valores que no se basan en ninguna realidad. Los dueños de la lotería compran participaciones en las sociedades, obtienen la mayoría de acciones en ellas, crean nuevas sociedades y las venden entre ellos, llevándose las ganancias de las anteriores. No hay leyes ni reglas que pongan trabas al sorteo. Existen leyes de las que se aprovechan los ricos. Los políticos de la isla y el secretario de estado del partido de la independencia brindan con ellos, participan en sus grandes fiestas con pompa y oropel y reciben una bonificación, sueldos gigantescos por su participación en las juntas, el derecho de comprar a precios especialmente favorables y otra mucha guasa. Hace algo más de un año, los señores de Báugur compraron el periódico y en el otoño se quedaron con el hotel.

EL ESCRITOR CUMPLE 60



“¡Poca luz! ¿No está muy oscuro esto? Uy, nos han preparado una copita de bienvenida.”
“No hay nadie en la recepción… se ha ido la luz. Voy a mirar los plomos.”
Lilya baja con familiaridad la escalera que lleva al sótano del hotel, abre la puerta y avanza a tientas, acostumbra los ojos a la oscuridad. Con la poca luminosidad que entra de fuera percibe los trasteros con sus puertas de barrotes. En uno de ellos hay un chico. Tiene un cuervo en el hombro y en la mano un pequeño espejo que mueve haciéndolo destellar con la tenue luz de la calle.
Punto – raya. Raya – punto. Raya – punto. Punto … Raya – raya . Punto – punto – raya. Punto. Punto - raya – punto. Raya. Punto – raya.
El código morse. Lilya siente cómo se emociona. Un recuerdo borroso. Una ligera activación de la mente, como si tuviera que acordarse de algo. El interruptor de los plomos. Lo baja.
En su celda el capitán ha acercado la mesa a la ventana para que alcance ver la playa. Ahí está su barco. El barco en botella más grande que jamás ha conseguido construir. Todos los hilos unidos en un mismo punto. Lo único que falta es una botella gigante.
Dentro, en el amplio vestíbulo del hotel, brillan las luces de las arañas venecianas recién estrenadas y en el restaurante las mesas están puestas con muchísimo gusto. Las hermanas Brik están listas para recibir a los invitados, las dos llevan un ajustado vestido negro y botas de tacón alto. Lilya con una cinta de terciopelo verde en la garganta, Louisa con una azul. Conocen al escritor desde su primerísimo recital en la sala pequeña del hotel. Senderos ocultos. Lilya todavía recuerda cada palabra, el ritmo cuando se interrumpía, cada pequeño titubeo, los tristes ojos del escritor que se le clavaban en el cuerpo como si él hubiese podido ver su interior. Una impresión que no olvidaría nunca. Y la continuación, la repentina osadía que notaba. Después de la recitación se había acercado a él para agradecérsela efusivamente.
Louisa se había mantenido un poco retirada con una sonrisita en los labios. Ya en el descanso entre la primera y segunda parte se había encontrado con el escritor en la guardarropa. Casualmente. O al menos a solas. Sin palabras, sin pensárselo dos veces, se citaron tácitamente. Más adelante se reirían de la serenidad y la pasión pero esta última se mantendría siempre. Y Lilya que no sabe nada. Louisa mira el reloj.
“Las once…”
“Menos doce.”

Lilya se ha leído todos los libros del autor. Louisa lee los periódicos y las revistas. Pero Lilya los ha leído todos. De camino. Waggon Lit. La dificultad de hablar con los muertos. Caminos erráticos… todos, los ha esperado con impaciencia año tras año. Esta noche le contará su secreto.
Fuera la nieva cae abundantemente. Un silencioso tumulto de mechones que se posa en escaleras y salientes y en los alféizares bajo los ventanales iluminados.
Ahí aparece el director del hospital de los dementes con su esposa. Tira a delgada y lleva melena de artista fracasada. Sin embargo es psiquiatra. Guardián. En cadena perpetua el paciente talla muñequitos y mete barcos en botellas. Inocente.
“Beatriz, nos hemos adelantado un cuarto de hora.”
“Pues vamos al Central a tomar una copa.”

En el Café Central nunca tiene que hacerse ilusiones de que no exista el pecado ni de que la vida sea inmaculada y virginal… Cuando está en el café es una viajante, como en un tren o un hotel de la infancia o a un lado del camino. Lleva muy pocas pertenencias en el bolso, no puede dejar su vanidoso sello en nada, no es nadie… Dejar que fluyan los pensamientos benignos, aclarados, casi felices… Nunca ha leído nada del escritor pero lo ha visto en una ocasión. Una noche de invierno. Estuvo sentado en una roca en la costa norte. Un suicidio sin ilusiones, dijo, inevitable como el azar. Pero decidió aplazarlo hasta que terminara la biografía sobre Olaf Kárason. No había preguntado qué hacía ella allí. Mira al marido, el vino en la copa, el color dorado del tiempo.

Los invitados están en el vestíbulo del hotel, formando pequeños grupos, esperando. Llenos de expectación, elegantes, la mayoría de negro. Un puñado de pintores, un par de políticos de la oposición y el crítico del periódico. El último libro del escritor, Topografía del paisaje de un viajero, que sale coincidiendo con el acto, está amontonado en las mesas. El editor brilla por su ausencia, un repentino mareo, pero a parte de él están allí todos para homenajearlo: las amantes, las mujeres de sus novelas, los admiradores, amigos y enemigos.
Así también Doña Alfonsina, más encantadora que nunca, y ¿quién no recuerda lo hermosa que estaba hace casi 20 años en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero? Como siempre en el centro de las admiraciones, con una sensación de encontrarse lejos, también de sí misma. Como aquella vez en Kreuzberg,
Ulrike von Kühn, otra de los conocidos del escritor: alta, rubia, rica, aventurera y muy generosa. Nació en Baviera en 1946, hija de un diplomático. Con 20 años se trasladó a Lisboa donde se casó. Después de la muerte del marido viajó por todo el mundo por negocios y por aquello de lo divertido. Ha leído mucho, es gran admiradora del escritor y quiere publicar sus libros en alemán.
Con una sonrisa segura de sí misma está hablando con los padres de Kerstin. Nunca han superado el suicidio de la hija. Se ahogó en su 17º cumpleaños por el amor frustrado a un joven que se interesaba más por mirar las estrellas desde el observatorio de su tío que las de los ojos de ella.
Ahora llega la señora Bui Arland, la esposa del secretario de estado, la primera dama de la isla, célebre dipsómana, algo tambaleante de pies y tambaleante en general, también, ante qué es lo que va a pasar (el escritor, ¿qué escritor?), generosa y sensual más allá de lo normal. Y con un pitillo encendido entre los labios.

El relojero lleva retraso. Hay relojes por todas partes en su taller, últimamente trabaja hasta muy tarde por la noche pero cuando vuelve por la mañana los relojes que reparó el día anterior se han vuelto a parar. Parece que el tiempo ya no quiere seguir ¿o son simplemente los relojes? Louisa no ha aparecido pero justo cuando el relojero se levanta para irse, ve su carta. La letra le hace temblar. Palabras obscenas, increíbles, precisas que le ha escrito. Él ve los terribles restos de lo que tan bellamente fue Louisa Birk. Y no se fija en Estrella que está en la escalera del hotel esperándolo, Estrella con la frente alta y desnuda que invita a acciones no naturales. Ausente, como si no importara. Tiene una sonrisa hechicera esta mujer del relojero, generosa y ligeramente burlona.

En el descansillo al final de la ancha escalera que lleva a las habitaciones asoma la hija del secretario de estado, Rósemarie. Lleva una combinación oscura que queda algo grande a su menudo cuerpo. Con una sonrisa vacía observa a los invitados, conoce a la mayoría de los hombres presentes. Se le ha bajado un tirante lo que amenaza con dejar al descubierto sus pequeños pechos. En el cuello luce una fina cadena de oro. Tiene los labios pintarrajeados y se le ha corrido el rimel.

Suena el reloj del teatro, son las ocho. Die Nacht hat zwölf Stunden, dann kommt schon der Tag. La noche tiene doce horas, luego queda poco para que sea de día.
El hombre de la calavera hace sonar el timbre, mueve el cogote y alza el reloj de arena, un cobarde miserable mete ruido con monedas de oro en una bolsa de dinero, el turco sacude la cabeza y la vanidad contempla embelesada su propio reflejo en el espejo.
En el desván del hospital de los dementes, detrás de una puerta con barrotes y candado, un chico con labio leporino se ha subido a una caja levantando la mano hacia un tragaluz. Con un espejo pequeño que mueve en la mano manda señales a la noche.
Los destellos del espejo resplandecen como estrellas en el cielo.
Hertil gennemgået med Ole 9.1.11