LA AGENCIA DE RECORTES

Oscar K.


Titulo original danés: Udklipsbureauet
Traducción de Ana Sofia Pascual Pape


‘El corazón de los sabios está en casa de duelo, y el corazón de los necios, en casa de alborozo.’
Eclesiastics

A Henning, Majakowskij y Sigvard

I


“El universo es un 10% más grande de lo que se creía hasta ahora”
Titular de El País del 15 de febrero de 1997

El universo que otros llamaban la Agencia se componía de cuatro paredes, cubiertas por anaqueles desde el suelo hasta el techo. Veinte anaqueles en total, cinco anaqueles largos en cada uno de los lados. Una escalera espiral, situada en uno de los extremos de la estancia, conducía a otra habitación del primer piso, donde había un número indefinible de anaquelerías colocadas en hileras, con un espacio libre entre ellas que apenas permitía que una persona de tamaño normal pudiese moverse. Aquí no había galerías hexagonales con vastos pozos de ventilación en el medio. El aire era seco. El polvo se posaba desconsoladamente sobre las carpetas jaspeadas que estaban ordenadas según un sistema determinado en las estanterías. Los lomos negros estaban provistos de etiquetas que indicaban, de manera detallada, su contenido: nombres de personas, empresas e instituciones, tanto públicas como privadas; categorías generales, como ciencia, política y delincuencia; y, luego, un grupo especial que parecía contener un poco de todo: relojes de arena, espejos, laberintos y loterías.

El crepitar de hojas de diario y de tijeras rompía el silencio de forma arrítmica. Alrededor de una mesa larga cubierta de linóleo se sentaban en silencio hombres y mujeres, con un montón de diarios y una lámpara de lectura lacada en negro delante de cada uno de ellos. La mayoría llevaba gafas y buscaba metódicamente en el diario titulares, nombres, cifras, resúmenes y acontecimientos que luego recortaban. De vez en cuando, los diarios cambiaban de manos silenciosamente para ser recortados todavía más, de manera que, cuando terminaban en manos del último hombre, ya no quedaba más que agujeros, esquelas y suicidios. En el cristal mateado de la puerta ponía, con letras pintadas a mano, AGENCIA DE RECORTES, es decir, que aquellos que se encontraban en la estancia tenían que leerlas invertidas si querían encontrarle algún sentido a la locura. Daba igual visitar Nueva York, Tokio, Lisboa o Berlín, o cualquier otra ciudad en la que se hubiera establecido una de estas agencias, el parecido de los empleados que recibían el diario en último lugar era sorprendente. Dejando de lado la coincidencia temática, parecía imperar una analogía muy especial entre estos hombres, pues todos eran hombres. Todos ellos tenían unos cuarenta y pico de años, medían alrededor de 172 cm, eran de constitución más bien normal, habían abandonado el hogar familiar relativamente tarde y vivían solos en habitáculos modestos. La mayoría suplía el sueldo insuficiente que recibía por su trabajo de recortador con labores de corrector para editoriales y periódicos, y era gente tranquila y seria: pequeños hombres grises con ojos tristes. Resulta difícil determinar si esta tristeza se debía a tragedias personales, o si era algo que, en cierto modo, era inherente al trabajo que realizaban - al fin y al cabo, el suicidio no es ninguna broma -, pero no cabe la menor duda de que la confrontación diaria con infelices que de una vez por todas han tomado las riendas de su propio destino, a la larga, los marcaría.

Sea como fuera, en la cabeza de estos hombres nació una idea común de un hombre que nunca sería infeliz. De la misma manera en que los discípulos de Paracelso se habían entregado a la creación de un homúnculo mediante la alquimia y los cabalistas sobre el suyo pronunciando, con sabiduría morosa, el nombre secreto de Dios sobre una figura de barro, los recortadores de suicidios se dedicaron al hombre que no debería ser infeliz. Se prepararon concienzudamente. El niño, pues eran de la opinión que debía ser niño, debería proceder de una familia acomodada; la madre, cariñosa y protectora; el padre, jurista o médico - catedrático, decidieron por unanimidad. Bilingüe, la abuela hablaría inglés, y la otra lengua sería... el español. Lugar de origen: Buenos Aires. Desde el comienzo, el niño debería ser capaz de experimentar el universo entero y debería sentir fascinación por la belleza de las teorías, los mitos y las creencias imposibles de creer. Debería ser inteligente, lector precoz - ya a la edad de siete años debería saber escribir - escéptico, a poder ser, apolítico y, a modo de defensa contra la absurdidad del mundo, ironista. Y, en nombre del siglo que iba a nacer, los recortadores de suicidios lo dotaron, de manera generosa y algo indulgente, de voluntad propia.

Las bases ya estaban asentadas, y, finalmente, la noche del 24 de agosto de 1.899, los recortadores de suicidios se encontraban cada uno en su ciudad mirando hacia la noche estrellada, cuando un meteorito apareció en el cielo. Todos ellos sonrieron para sus adentros y se encaminaron satisfechos hacia sus frías pensiones o sus habitaciones alquiladas, convencidos de que un pequeño y nuevo hombre que, al menos, no podría ser infeliz había llegado al mundo.

En lo que los recortadores de suicidios no habían pensado nunca era en que el niño, desde el principio, había renunciado a entender este mundo. Muy pronto supo que tal vez la creación no era tan perfecta como se pretendía que fuera. Tenía la sensación de no existir y, más tarde, así lo manifestó.