Las pocas veces que he tenido la ocasión de ver niños recién nacidos siempre he pensado que, con sus arrugas, se parecen a ancianos y que los tengo delante, con toda su vida - breve o larga - atravesándome con su mirada. Estoy convencido de que los estamos infravalorando si los consideramos unos recipientes vacíos esperando a que se les llene. Es que existen. Y es un poco ridículo pensar que se vayan a convertir en algo. Es que ya son. Y están ocupadísimos descubriendo el mundo a su particular y maravillosa manera.
La idea de ver los niños como cuencos vacíos o becomings es una construcción evolutiva que emana del Racionalismo. Se basa en una interpretación pedagógica del clásico paradigma sobre la cultura, la de la formación, que en su versión original sostiene que los seres humanos somos tanto los sujetos como los objetos de nuestra propia educación. Adaptándonos a las condiciones que en cualquier momento nos brindan los tiempos cambiantes, seguiremos evolucionando toda la vida. La interpretación pedagógica añade que, dado que los niños, por pequeños, no pueden ser los sujetos, es deber moral de los adultos trabajar con ellos hasta que éstos sean capaces de relevarlos. Los adultos operarán como sujetos planificadores y los niños serán, pues, moldeables objetos receptores.
Esta forma de considerar al niño como alguien que se está creando, es una construcción de evolución que maneja, institucionaliza y reviste de calidad la visión adulta sobre los niños, la infancia y la cultura infantil como un proyecto conjunto de información, formación y desarrollo, cuya meta es producir las competencias cognitivas y de raciocinio de las que carece el niño.
A lo mejor va siendo hora de que nos interesemos por los proyectos propios de los niños para esos años que los adultos, mirando hacia atrás, denominamos la infancia. Interesar-nos por los niños como personas que existen, como seres que, bajo sus propias premisas, son activos, piensan, se forman culturalmente y actúan en el terreno social.
Es que, por regla general, los niños de hoy no se han vuelto, de repente, más imbéciles que los de otras generaciones anteriores. Sin embargo están obligados a vivir con más ruido del espíritu actual con sus inmensas maniobras de vicios e indulgencias en forma de desazonados entretenimientos y una inflexible realización personal dentro de la llamada cultura infantil. Yo no creo que a los niños de hoy les falten las ganas de leer libros, lo que les falta es el tiempo. Y notar que se les aprecia como personas íntegras aunque solo tengan 5 o 6 años. Si no son imbéciles ni tontos, son individuos cabales, cada uno con sus experiencias y con todos los sentidos abiertos.
Pasemos a “sus” libros, los libros con ilustraciones.
No creo que la creación artística tenga como preocupación máxima el cómo y por quién será recibida. En la mayoría de los casos ni siquiera va dirigida a un público definido sino que surge per se. La responsabilidad del artista atañe sobre todo a la obra en sí, confiando en que, por su fuerza, ésta sea capaz de atraer la atención de otros.
Pero en el caso del libro ilustrado hay una suerte de suposición tácita, en cuanto a de que su formato sea extremo, grande o diminuto, y que tenga muchos colores. También se espera que sea de fácil lectura y de narrativa y estructura sencillas (así como edificantes siempre que sea posible). No tiene que ser muy gordo pero sí dirigirse, principalmente, a un público concreto (léase: los niños, especialmente los más pequeños). El libro ilustrado es para muchos casi sinónimo de la literatura infantil.
Pero, ¿es esta necesariamente la esencia del libro ilustrado? ¿O son simplemente expectativas convencionales y prejuicios de artistas, editores, investigadores, comunicadores y críticos?
La sencillez del libro ilustrado podría indicar que es idealmente apto para los niños. Pretende estudiar y demostrar las relaciones entre palabras, imágenes y el mundo tal como lo vivimos a diario. Pero ¿es esta una experiencia que se limita a la infancia? La sencillez no excluye el refinamiento y la complejidad. Muchos lectores, a pesar de su edad, siguen interesándose por ese juego de imaginaria que se plasma en imágenes y textos y en el que, con los ojos abiertos, descubrimos el secreto significado de cosas y seres y nos hace experimentar el mundo de una manera nueva. ¿Hay algo que impida que un libro de ilustraciones apele a jóvenes y adultos de la misma forma que lo hace a los niños? Los demás medios visuales no están sometidos al mismo prejuicio aminorado sobre su público. ¿Se reserva a los niños el mirar las cosas desde otros ángulos poco comunes, buscar nuevos sentidos en lo cotidiano y cuestionar con imaginación las diferentes realidades? ¿O el quid de la cuestión es lo que pueden evocar en nosotros mismos las ideas, los sentimientos y las palabras, dando al traste con nuestras expectativas de siempre?
En estos últimos años están surgiendo libros ilustrados difíciles de categorizar porque no se dirigen a un publico objetivo concreto sino a lectores de todas las edades. No son de temas y acciones ”mono-carriles” sino que son complejos y dejan al asombro del lector lo vertiginosamente incomprensible. Son los libros ilustrados en los que el texto y las imágenes forman una unidad, una especie de nexo con una interdependencia mutua y una polivalencia que constituyen el libro y que no invitan ni a la rapidez ni a la comodidad sino al esfuerzo y a la profundización. Son libros extraños y asombrosos que se dejan leer muchas veces porque sigue habiendo nuevas y emocionantes experiencias que descubrir en el texto y la imagen. Con picardía pero también con gran prudencia y muchas veces con una sonrisa torcida, tratan la vida y la muerte, tanto en general como en particular: el incesto, la idiotez, el engaño, la sexualidad, la fe, el aborto, la eutanasia, en fin, todo lo que, también, forma parte de la realidad de niños y adultos. De hecho, como veis, no hay límites para los temas que tocan. Lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta.
A este tipo de libro es al que me quiero referir: el auténtico libro ilustrado como medio de expresión autónomo, equivalente a otros medios visuales. El criterio más importante en lo que a los medios se refiere es que es un libro con textos e imágenes que, juntos, representan el relato y que es el libro, la obra conjunta, el que constituye el punto de partida. El escritor y el ilustrador narran, pues, conjuntamente y con todos los medios que cada uno tiene a su disposición. Y cuentan de una manera compleja que abre múltiples interpretaciones de tal forma que el libro puede ser leído de diferentes modos según la edad, las experiencias adquiridas y las necesidades del lector.
Suponiendo que una de las funciones más importantes del arte sea la de estimular conversaciones que provocan reflexión y que nos obligan a llegar a un entendimiento de muchas cosas en la obra y en nosotros mismos. En ese supuesto los libros de imágenes pueden llegar a tener un inmenso valor.
Al igual que otros medios de comunicación visuales como el cine, las artes plásticas, la televisión e internet tienen sus propias herramientas y modelos de análisis pensados específicamente para ellos, es necesario desarrollar nuevos instrumentos específicos para interpretar y analizar el libro de imágenes que no separen el análisis de texto e imagen sino que integren un estudio de la obra en su totalidad.
Será difícil llegar a un consenso sobre el contenido de cada libro y sobre cómo se debe entender. Pero más que comprenderlo es importante llegar a sentir ganas de entenderlo. Puede suponer un reto importante y emocionante porque nos obliga a encontrar alguna conclusión final, es decir: nace en nosotros el deseo de crear un orden de entre todos los elementos de la obra, de llegar a la meta final. Y aunque se nos escapara esa meta podemos aprender mucho leyendo y analizando los nuevos libros de imágenes si nos proponemos seriamente embarcarnos en estas obras tan difíciles de aprehender.
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